Hace más ya de 21 días de aquel jueves de enero. Y el tiempo cada día lo dejará más lejos. Todo empezó con novedad, la novedad del snorkel en el Caribe. Todo iba a ir según lo planeado, todo iba a ser divertido. Otra fiesta más, otras muchas anécdotas más. Pero las cosas nunca son como están escritas, o quizás fue la voluntad del equipo Tecnun-ISSA el que hizo que los barcos nunca más sean barcos.
La aventura del snorkel bien merece la pena ser recordada, aunque los eventos de después la dejen casi en segundo plano. Nos teníais que ver ataviados con esos chalecos salvadidas, que te salvarán de la tormenta más brutal, pero la dignidad te la hunden en lo más profundo del océano. Las gafas, última modelo según Xcape team. Y las aletas. Las aletas, o cómo ver a 30 candidatos a payaso andando por el barco, algunos buscando el pie izquierdo, otro con todo el equipo puesto a falta de más de 10 minutos de echarnos al agua.
Para un debutante como servidor, la experiencia del snorkel fue divertida y curiosa. Los cinco primeros minutos, con el chaleco bailando a la altura de mis orejas no tan memorables y heroicos. Con el chaleco ajustado y los sabios consejos de un teleco metido a buceador, todo listo para pasar un buen rato. El Sr. Kutz guía de excepción (además de magnífico comentador del blog) y nosotros como pobres patos de un lado a otro. Me perdí a la virgen, vi peces de mil y un colores, desconecté, me conecté con Caribe y disfruté. Tanto desconecté que había perdido mi sentido de la orientación, y lo que era un barco extraño resultó ser nuestro barco. No le había cogido yo un cariño distinto que el que se le tiene a otro barco, por eso todavía no lo reconocía. No lo sentía como "nuestro barco". Después de la primera oleada de valientes, llegó la segunda. Con los, ya nos considerábamos veteranos en esto del snorkel, mirando desde arriba a los novatos. Y con el plan claro de "pasar un rato tranquilos, sentados arriba, tomando el Sol". Eso nos dijimos, pues venía CocoBongo y las baterías no son ilimitadas. Haríamos algo tranquilito, sentados, como mucho un par de movimientos ortopédicos tipo "un brazo apoyado en barra", que tampoco había que forzar.
Quién nos vio decir eso, y quién nos vio a los cinco minutos. A todos. A Tecnun-ISSA-UN, porque ahí estaban también algunos de LADE de Pamplona, ¡que el Mundo es un pañuelo!. Es difícil, muy difícil explicar todo lo que pasó en ese barco. No me podría quedar con una escena, con un comentario o con una canción. No es como otro día cualquiera (ningún día es aquí "cualquiera") del que conservas dos, tres minutos de la película y con eso ya tienes material para contar todas las batallitas. Lo que pasó en ese barco fue distinto al resto. Muy distinto. Lo resumiría como la conexión perfecta de todos nosotros con el Caribe. ¿Sabéis la típica escena de videoclip de un barco, música pegadiza y uno cantando con cinco bailando? Con ese Sol de fondo, el barco surcando los mares, y él con la sensación de tenerlo todo. ¿Sí?¿Me explico? Pues se queda corto. Ahí estábamos los 70 del viaje, conectados en apenas 30 metros cuadrados. Nada de caros pantalones ni vestidos especiales. Adiós a los zapatos de punta y los tacones de aguja. Aquí sólo entras con bañador y chancletas. Y será mejor que dejes las chancletas a un lado.
Recuerdo una imagen en especial. El Sol, anarajando, en esa delgada línea entre el rojo fuego y el amarillo que antes brilló. El Sol del Caribe ocultándose entre las torres de Cancún, dejando atrás el día y dando paso a la noche. Uno de los atardeceres más increíbles que he visto nunca. Y no sólo por el marco, con Cancún al fondo y nosotros en medio del mar, sino por el ambiente que se respiraba en ese momento. La música. Enfermiza música que hizo que ahora conozca a Daddy Yankee y tenga memorizado el "Ai se eu te pego". Y las gente. Porque cuando conectan 70 personas con ganas de pasarlo bien es increíble, pero cuando conectan estos 70 en la cubierta de un barco en Cancún es... Especial. Emocionante. Memorable. Mágico. Es (posiblemente) irrepetible.
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El barco. Tecnun-ISSA. Paloma © |
Muchas veces escribo recordando, pero creo que hay veces que es mejor dejar un espacio en blanco. Y como ahora, que cada cual recuerde su barco. Su día ahí. Desde el atardecer, hasta cuando cayó la noche. Posiblemente todos tendremos en común el recuerdo del puente, aganchándonos (unos más que otros, los milagros no sólo en Lourdes y alguno le debe la vida a una vitoriana) cuando pasábamos a escasos centímetros del hormigón. El recuerdo del barco inclinado cuando todos estábamos en un lado. El recuerdo de los bancos del barco, donde la gente sentada dio paso a la gente de pie. El recuerdo de ver como unos pocos hacíamos a coro el famoso, y odiado por algunos, corazón. Los mismos que luego te intentaban tirar al agua desde la cubierta. El recuerdo de ir de corro en corro, con la gente más "Xcape" que conocerás nunca. Desde gente de la tierra de la patata, del buen vino o majicos como pocos, hasta "¿dónde están estos? Ah sí, mira los brazos arriba de IronCat ". Cada canción tiene su historia, su imagen: el corazón (cómo no), el gesto del "Munipa" y "arbi casi tan fuerte", las fotos improvisadas, risas, alegría... Posiblemente irrepetible. Ojalá me equivoque.
Difícil seguir contándolo. Porque cada frase es una rama que da lugar a mil anécdotas, mil imágenes. Donde siempre encontrarás a algunos de estos 40 locos y 30 locas disfrutando del Caribe. Conectando con el Caribe. Y desde entonces, los barcos nunca más serían para nosotros un barco. Hoy han mencionado la palabra yate. Y más de uno ha vuelto a pensar en aquel jueves 12 de enero.
En aquel día en el que todo alcanzó otra dimensión. En aquel día en el que el Caribe estaba concentrado en 30 metros cuadrados en 70 personas.