jueves, 8 de marzo de 2012

Memorias de la Riviera: Remember CocoBongo

No sé si quedará ya alguien por aquí, pero tenía que volver. Dejar esta historia colgando sería injusto. Y no he sido yo quien así lo ha creído, sino las circunstancias que se han dado en la última semana. Puede que después de tres meses el viaje se quede en un cajón, olvidado, con el único recuerdo de alguna foto esporádica que te sale por ahí, y nombres que te vienen a la cabeza. Puede que al final todo se quedara en eso, en recuerdos sin esencia.

Pudo ser así, pero no lo es. No lo digo únicamente por aquellas canciones que antes odié y ahora escucho nada más levantarme. Ni por recuperar ese carácter Lupita cuando suenan los primeros segundos de las melodías. La esencia está en la gente, en los del viaje, en ese grupo. Que te pregunten si has parado de escribir, si vas a poner algo de CocoBongo, si vas a seguir... Señales. Ver al "Boss" subido hoy en una silla para buscar a gente, y tener un flashback viéndolo subido en la proa del barco en la fiesta de blanco, dirigiendo a la orquesta de 60 que éramos al ritmo de la música, es una señal.

Volvamos a ponernos en situación. Volvamos a la época en la que las noches eran de corto, y la pulsera era una seña de identidad. Al lugar donde estrés venía después de "es uno", y nada más. Nos quedábamos en el jueves, un jueves como hoy, en el barco. Con uno de los mejores recuerdos que tendremos en un barco, en una fiesta. La palabra fiesta no hace justicia del todo, así que lo dejaremos en El Barco. 

Después del barco nos tocaba reponer fuerzas para la noche. Porque venía el plato fuerte, CocoBongo. Y mira que nosotros fuimos al barco pensando en descansar en la cubierta tranquilamente, disfrutando del mar, pensando en CocoBongo. Y al final llegamos al buffet pensando, ¿pero todavía queda más?. ¿Sería posible mejorar el día? Bueno, allí las preguntas se hacen después de sentarse con la pulserita, con el pollo, las hamburguesas, patatas, nachos y cuatro bolas de helado de las cuales luego sólo picarás de dos. Cogiendo fuerzas, y algún colgado (entre los que orgullosamente me incluyo), que salieron a correr después del barco. Y es que la camiseta del gran Club de Fútbol Atlante no pudo tener mejor estreno que ofrecer asistencia a una damisela que pasaba frío (y eso que como buen ingeniero intenté taponar el aire con pañuelos), y después de running con la roijlla. ¡La envidia de la urbanización! No os digo más, que yo creo que había uno que pasaba una y otra vez para saborear un poco más la envidia. 

Todos convocados con SuperNacho & Paulina. Todos con ganas de redondear el día. Miento. Porque de nuevo, la misma historia. Caras de sueño y de cansancio. Caras que se preguntaban si no hubieran hecho mejor quedándose ahí con Blanquita en Lupita. Pero no, esta gente está hecha de otra pasta. Aquí estamos a las dura y a las maduras. 

Y el cansancio se esfumó. Así de simple. Como la lluvia torrencial que caía, y luego desaparecía. Nada más ponernos delante de la puerta, el cansancio cogió un taxi y se fue de allí. Y nos quedamos nosotros, sólos, a pasarlo chévere. Con nuestra identidad Xcape, rumbo hacia el mundo de CocoBongo. En aquel pasillo con fotos del espectáculo, esa luz roja que parecía una atracción de EuroDisney, o la boca del infierno/cielo. Esa tensa espera, a saber qué era ese tal CocoBongo del que todos hablaban. Mira que estamos cansados, mira que como sea otra discoteca más...

¡COCOBONGO! Lejos de defraudar, engancha, cautiva y deja huella. Nuestra llegada fue como en las películas, con confeti por el cielo y todo el mundo a ritmo de samba. Nunca mejor dicho, porque fue el momento del espectáculo de samba. Sencillamente impresionante. Por mucho que lo intente no podré transmitir todo lo que me gustaría transmitir. Y es que hay imágenes que valen más que mil palabras, y en ese sentido CocoBongo es toda una película. La sensación de estar ahí arriba, disfrutando y compartiendo el momento. El espíritu del Caribe. Saboreándolo desde nuestro reservado, mientras abajo decenas de personas seguían el ritmo de los éxitos. No era música sin más, era además. Canciones como la "Gasolina" venían precedidas por el rugir de un motor (V8, para que parezca que sé). Ni qué decir que eso ya me rompió los esquemas. Y luego aparecía por ahí La Máscara, los Piratas del Caribe, Mouline Rouge, Tron, Gladiadores... Sencillamente increíble.

Y como dije hace tiempo, ahora que cada cual rellene el resto de la historia con su parte. Porque cada uno aportó algo que nadie hubiera podido hacerlo así. Porque cada uno personalizó su espíritu CocoBongo. Y es que la magia de CocoBongo siempre estará aquí. Donde estamos, aunque ahora ya más lejos. La magia de CocoBongo que permitió crear nuevas historias. Y todo después del Barco. 

En ese jueves 12 de enero de 2012. Cuando la historia permitió que el jueves, tachado muchas veces como jueves negro, recuperase su esplendor. Para ser El Jueves de Riviera Maya. 

Ese Jueves de Riviera Maya. Por siempre.

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