Cenote. ¿Más comida? Acaso el Centollo no tiene suficiente con todo lo que come cada día. Acaso la panda esa no come suficiente cuando se mete una hamburguesa de aperitivo para luego cogerse dos trozos de pizza, pollo, carne, tacos y ensalda -detalle importante para parecer gente sana- entre pecho y espalda después de un desayuno intergaláctico. ¿Les faltan calorías? No, tranquilos. El cenote no es la cena que nos metíamos cada noche como si no hubiera mañana. El cenote es un salto en un pozo natural, con una altura para los amateurs de unos 6 metros, y profundidad de más de 50 metros. Con una altura... muy grande... para esos que saltan en los videos de la marca de bebidas del torico (no haré publicidad, que paguen hombre) que te quedas mirando pensando que algún día lo harás.
Pues ahí íbamos nosotros. Los de Xcape. Los que pondrían el espectáculo en aquel cenote en medio del Caribe, donde las palabras prisa y agobio no existían. Donde hasta la lluvia era recibida con sonrisas. Y es que donde va un grupo de españoles, va un grupo que reconocerás a la legua. Y lo encontrarás en cualquier parte: en un bazar, en Notting Hill, en China... Y en el cenote de Kantun Chi. Ahí íbamos nosotros, después de someternos a dejar toda la ropa en las taquillas y ducharnos tirando de una cuerda (rollo chill out que diría aquel), bajando por la escalera agarrándonos a la cadena para evitar resbalones. Conforme bajas, frío, y más frío, y más humedad, y más frío. Y vas pensando si tú, tú que saltas del gabarrón y ya te crees olímpico, saltarás en este cenote. Cada cual a su ritmo, que si canciones, palmadas, aplausos, haciéndonos notar.
Llegas abajo, se abre el cielo arriba y las escaleras te conducen al salto. En fila india, disciplina militar. Con respeto, todos. Desde el novato hasta el que se jugará un mortal para impresionar a las féminas (cuidado porque no sólo iba representación muy lujosa Tecnun sino también ISSA, ojo). Fila india, pasito a pasito. Vas subiendo, viendo como saltan y pensando en tu salto. Algo habrá que hacer, ¿no?. Arriba te mandan esperar, mano para pararte y pista libre. El tiempo se para, la gente mira. ¿Y si te resbalas antes de saltar? ¿Dolerá el planchazo? Uno, dos, tres... ¡al agua! ¡A pasarlo chévere!! Salto libre. Desde mortales increíbles (esta gente se tiene que entrenar), hasta posturas que se congelaban en el tiempo, arriba. También estábamos los mortales, que si el símbolo del corazón (imposible despegarme de él) hasta algún planchazo por error de cálculo. El caso era caer, y hacer ruido. Los saltos se valoraban según estilo, si era bonito un "ohhhhh, clap, clap", si te dabas un planchazo gritos, ovación cerrada y el cenote se venía abajo. Así somos. Ya en el agua estabas un poquillo a remojo, mirando hacia arriba, en la cueva viendo el cielo y las lianas colgando. Mirar abajo y ver negro, todo negro. ¿Qué habría ahí?.
La clave: manos cruzadas, gesto serio, gafas en la mano |
Después de la exhibición era hora de regresar a Lupita, volver a casa con Blanquita, Bryan, Adelina y toda nuestra familia de acogida. Los héreos de la batalla luciendo las marcas, rojas heridas de guerra. Y los afortunados del bus 56, esperando, ¡cómo no! Alguno hizo la del guiri borracho (cough cough @pduenasc) y se cambiaron de bus. El resto de la tropa ahí se fue, dejándonos tirados como guacamole pasado, como daiquiri sin mango, como tejón sin palomitas. Dejando a un lado a los pobres telecos que no tienen iluminación del Motorsport (pobre Arbi, pobre EMP), el resto del pelotón formamos un corrillo alrededor del motor en cuanto oímos que tenían problemas. Y es que para algo estudiamos ingeniería, ¿no? Ahí estaríamos una veinte de prometedores talentos, inspeccionando el motor, mirando como si entendiésemos. Un trabaja, cuatro miran, pero en versión radical. Y hablando, hablando y hablando. Porque en Playa del Carmen las cosas funcionan de "otro rollo". Si la correa del ventilador está suelta, ¿cómo la volvemos a poner? Pues arrancamos el motor, que gire ese eje a lo loco, de esto que si te coge el codo te hace ambidiestro, y le pegamos un mazazo para meter de nuevo la correa. ¿Qué hacemos si montamos todo y un cable nos estorba? Pues lo cortamos, y punto. La ley número uno del montaje es que si sobra, no hacía falta.
Eso sí, nuestro driver más preocupado por el baño y su nueva fragancia (no señalaremos a nadie) que por ese motor y la luz roja de la muerte. Ese sería un problema para el driver del futuro, no para él. Con el motor arreglado, todos dentro, todos a Lupita. Eso de arreglado muy optimista era, porque ahí atrás se sufría tan mal como antes. Que si, que en el viaje el sufrimiento es relativo. Porque cuando el driver se puso a adelantar en una carretera de doble sentido a otro bus (¡al loro!) el resto de la tropa empezó a aplaudir, gritarle, animarle... Un equipo al fin y al cabo. Aplausos, celebración y alguna lagrimilla al ver el adelantamiento consumado con éxito (la "muelte" andaba cerca). Incluso el Centollo se vino arriba y se alarmó cuando vio un coche por el otro carril en dirección "opuesta" (su dirección habitual). Tanta glucosa... Ahí anduvimos sufriendo la tropa teleco (medio dormida toda, salvo cuando tocaba amenzar a alguien), "el arbi casi tan fuerte" y servidor. Al ritmo de clásicos musicales como Daddy Yankee, Pitbull, Florida... Culturilla vaya.
Y así llegamos a Lupita, nuesta nueva casa. Prometo hablar de Lupita. Porque Lupita se merece un capítulo por separado. Es única. O por lo menos hicimos que lo fuera. Eso sí, antes viene mañana, el jueves. El gran jueves. Ese jueves que hará que el resto de jueves no lo sean tanto, no sean "tan jueves". Y es que ese día dio, y dará, para mucho.
Tic-tac, tic-tac, tic-tac...
ResponderEliminarAsí, poquito a poco, ha ido pasando el tiempo. Parece mentira que ya llevemos dos semanas de vuelta; de hecho parece mentira que ya hayamos ido y vuelto de ese lugar del cual no paramos de hablar en todo el semestre anterior...
Aquí estamos. Hemos vuelto y puede que algunos ni siquiera hayamos vuelto del todo, que parte de nuestra mente todavía siga al otro lado del charco entre palmeras y travesías en barco. Sin embargo, por mucho que ya no estemos allí siempre nos quedarán unos recuerdos que no olvidaremos, un recuerdos que siempre nos harán sonreír cuando pensemos en ellos.
Esto no es mi propia aportación a nuestros recuerdos sino el reconocimiento a la personas que los hicieron posibles así como a la persona está dedicando esfuerzo y tiempo para plasmar tantas imágenes que de otra forma caerían en un olvido involuntario con los años. Gracias a todos los que formasteis parte de esa semana inolvidable y gracias sobre todo al Sr. Arce por sus geniales publicaciones que hacen que recuerde con gran cariño aquellos días que pasamos en Riviera Maya todos juntos.