¿Quién no ha oído hablar de Chichén Itzá? Al empezar el viaje era la excursión que todos teníamos en mente hacer sí o sí, porque para algo es maravilla mundial. La teníamos ya visualizada, tanto que muchas veces llegas a los sitios y no te impacta tanto porque la has visto tantas veces que sólo esperas confirmar lo que sabías. Pero no iba a ser el caso, tiempo al tiempo. Antes de ir a Chichén Itzá, hay que llegar. ¿Qué tontería, no? Bien, sí, tontería. Lo sería, pero esto es "otro rollo". Hoy miércoles nos tocaba el autobús de la muerte, el número 56 creo recordar. El camino desde Lupita (citado a las ocho y media) hasta Chichén Itzá tenía que durar aproximadamente una hora y media, algo menos quizás, si fuese normal y corriente. Pero este viaje ni es normal, ni es corriente. Ingenuos eran los que se subieron a ese bus a las 8.30 esperando un viaje plácido y tranquilo. El trayectoria parecía sencillo: una recta. Porque las carreteras allí son rectas; mejor dicho, recta-tope-recta-tope-recta-tope con vendedor de tartas-recta-perro en mitad de la carretera-recta.
El viaje empezó tranquilito, con el clásico repaso al día anterior. Pero ya empezamos con la primera parada al poco de salir. Los malpensados esperaban que alguno estuviese en una urgencia y tuviese que devolver a la Madre Tierra lo que le tomó prestado el día anterior. Pero de ahí no bajó nadie, sólo nuestro "driver". Al fondo Sur llegaban rumores de avería, de cansancio del driver, de que tenía que ir al baño... Bueno, nos lo tomaríamos con calma que un problemilla lo tiene cualquiera. A los cinco minutos después de arrancar, empieza a ir por la " " " autopista " " " muy despacio, casi echándose a un lado como un tejón herido. De nuevo, parada. Pero sorpresa, ahora tenía una luz roja encendida. Y el fondo Sur el suelo empezaba a quemar y la luz roja no nos tranquilizaba mucho. En otro viaje igual te cabreas si pasa eso, aquí te divertías hasta con luces rojas y averías. ¡Haz algo driver! Aquí viene la jugada maestra. El driver se bajó, salió del bus y se fue a la parte del motor. Tranquilamente cogió un cubo de agua, abrió el portón del motor y ¡bum! (esta va para ti "P"), lo descargó todo. Un cubo, después otro. Mención especial a los policías que en la gasolinera miraban y repasaban un curiosi calendario. Seguimos andando, con los dedos cruzados y pensando en hacer luego la del guiri borracho y montarnos en el otro bus para la vuelta.
Durante el camino a Chichén Itzá uno podía salir de la burbuja del viaje, de las postales de ensueño y del maquillaje para el turista que tiene todo. Mirabas por la ventana del autobús y se veía la realidad. La que no contarás mucho cuando llegues, y puede que no recuerdes cuando el viaje quede atrás. Veías chabolas, apenas cinco tablas de hojalata, una puerta, y un tenderete para la ropa. Escondidas en el bosque, tímidas al ver pasar a autobúses llenos de europeos, de guiris, que van y vienen con sus pesos y su música. También había pueblitos, todos ofreciendo recuerdos, artesanía y comida. En los mismos topes, en los que el autobús casí tenía que pararse para pasarlo, tenías vendedores de comida, de recuerdos, esperando que alguno se parase a comprar. Cables volando por el aire, enredados en un caos ordenado. Una escuela con niños que miraban al autobús pensando que sería otro más, otro día más. La cárcel, con puesto de artesanía de "productos elaborados en la carcel". La vía de tren que atravesaba todo el bosque, apenas un metro de vía en medio de la nada. Y el perro. Aquél perro en medio de ese pueblo, que sin miedo a nada ni nadie estaba sentado en medio de la carretera. Nuestro driver ni corto ni perezoso siguió su ritmo, y al final perro cedió.
Con retraso, gracias a las paradinhas del autobús 56, llegamos a Chichén Itzá. Dejando atrás la realidad de México, y volviendo a la realidad del turista. El parking hasta arriba de autobuses, y nosotros con nuestro guía ya asignado. Sorpresa en los baños con grifos con sensor, estos mayas estaban en todo. ¡Hora de conocer Chichén Itzá!. Antes de llegar hasta la explanada hay que hacer una primer prueba de nervios y contenerse a sacar los pesos y empezar el shopping, o por lo menos, alejarse de la tentación de pararse a mirar. Con frases como "Diez pesos un dólar", "Dos dólares un euro", mientras te señalan sus figuras... ¡La tentación es grande! "Visca el Barça", "Precio españoles, no americanos" "Precio catalán" "Precio estudiantes". Que ahí tenían más precios que en el Corte Inglés, dentro de unos años tendrán tarjetillas "Family & Friends", "Miles and More", ¡al loro!. Un corredor plagado de puestos a los lados, luego girábamos a la izquierda y... ¡bum!. Chichén Itzá. Bienvenidos.
La del "guiri borracho" en su máxima expresión |
Seguiremos en otra entrada porque el llegar a Chichén Itzá ya nos está dejando cansados y hay que tener energías para lo que viene: ¿se acabará el mundo el 21 de diciembre? ¿hay un animador en la cumbre de Chichén Itzá imitando a un pájaro?¿Regatemos?. Todo esto y más, en el próximo capítulo.
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