Pues el martes 10 sentí estar dentro de ese anuncio, estar dentro de una película. Más cerca del sueño que de la realidad. Uno podría decir que Tulum no es más que una explanada con piedras, con restos de lo que hace mucho tiempo fue una gran civilización, una gran ciudad. Y objetivamente yo no se lo negaré. Pero los sitios transmiten algo más, y esas piedras, esa explanda tenía algo distinto. Quizás quedaban ahí los restos de algún hechizo maya, no lo sé, pero algo pasó que nos conectó con el Caribe. Puede ser también que nuestro guía, el gran (no por su altura claro) vasco-maya que nos guió pusiese de su parte para conectarnos más. ¡Un grande! Nos llevó por la ruta express para que fuésemos a la playa y viésemos lo más importante con las mejores explicaciones, y la verdad es que lo hizo como un genio. Merece la pena recordar el momento en el que se paró delante de un matorral para que admirásemos sus hojas especiales, y el "Arbi casi tan fuerte como el todo fuerte" dijese que esa planta también crecía en Txofre (Gros), que eso también tenemos en casa. Ahí se puso nuestro guía a pelar las hojas para hacernos una cuerda, ofreciéndonos una CocaCola "asíii de grande" para el que la soltase. El valiente fue el de Txofre, que le faltó músculo y se ganó un calentón en la mano, pero se llevo la cuerda de recuerdo como pulsera.
Ahí donde acaba Tulum, donde parece que la tierra se termina, es donde nace el Caribe. Donde las miradas de los conquistadores apuntaban hace siglos, ahora estábamos nosotros, mirando con la boca abierta, lo que Tulum nos regalaba. Las vistas desde arriba hacia la playa, hacia la inmensidad del mar, eran ese catálogo, esa imagen de foto. El mar cristalino, pero bravo y luchador, las palmeras, la playa pequeña pero llena de caracter, los escalones (se bajaban saltando, no andando) que bajaban del mirador hasta los pies de las olas... Pondría la mano en el fuego a que todos nos paramos al verlo. A que todos desconectamos la mente y nos dejamos llevar por el Caribe. No ese Caribe de fiesta y mojitos, sino este otro Caribe. Éste Caribe que la publicidad no puede siquiera representar con sus carteles llenos de retoques. Porque se respiraba mar, tranquilidad, playa, inmensidad, historia, cultura, calma, misterio... Hay que vivirlo.
Esa primera zambullida, dejando las cosas en la arena o en las rocas, y directos al mar. Directos a disfrutar del agua. Lo habremos hecho mil veces aquí en casa, pero ahí es distinto. Tiene una magia difícil de describir. Sólo había que vernos disfrutar como nunca de las olas, disfrutando como niños de cada ola. Metiendo la cabeza y volviendo a llenarnos los pulmos de aire, aire de Tulum. Saliendo del agua con una sonrisa, disfrutando. Cuando te dicen que vas a una playa, siendo como somos la mayoría de San Sebastián y alrededores, no esperas gran cosa. Esperas palmeras y arena, ¿a eso se reduce el Caribe, no?. Pues no, Tulum, su playa. Eso es lo que hay que ver para disfrutar. Perderte luego por los senderos de Tulum y acabar en otro acantilado, mirando a ninguna parte, viendo el mar hasta el infito, las rocas, las iguanas. ¿A cuántos habrán visto esas iguanas abrir la boca al mirar hacia abajo?
Desde el verde intenso del campo que en otra época fue un hervidero de gente y actividad, hasta su playa, Tulum es un lugar que quedará siempre para el recuerdo. Un lugar al que viajar cuando cierras los ojos y quieres descansar. Cierra los ojos y túmbate en la hierba, camina y baja a la playa.
Tulum. La playa. Caribe.
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